lunes, 13 de abril de 2015

Participación y coherencia

Yo he caído muchas veces en el falso dilema: ¿La “participación” debe ser como mínimo, igual o mayor que la mía? 
Ese egocentrismo en el análisis del “otro” como actor social, implica una de las señas más recurrentes en los debates y consignas desde los movimientos sociales. 
Autocrítica y crítica entre los que participamos, y ¿a qué llamar participación?... 

¿a un tuit, a un debate en la cena familiar o en el café de la esquina, a una batucada? ¿será sumarse a una huelga, un boicot o un piquete? ¿o concentrarse en silencio, a grito pelado o a coro? ¿tal vez pegar carteles, streaming con tu móvil o escribir un artículo sesudo en prensa? ¿quizás el estar asambleado o mejor editar un vídeo crítico? ¿donar en un crowdfunding, denunciar y buscar en la justicia el aliado? ¿será participar, publicar en facebook un post o cientos? ¿y qué pensar de esas reuniones virtuales en chat o voceadas? ¿y qué es convertirse en holograma? ¿sería sin duda para muchas, el participar, intercalar el cuerpo entre la policía y el próximo desahucio…? 
Sin entrar en otras participaciones, que por sólo mencionar en Internet, servirían como indicio criminal para El Gran Hermano.

Después de la explosión participativa e inesperada quincemayista, de la que muchas personas formamos parte, y que se convirtió en referente identitario en el modo de relacionarse o crear espacios físico-virtuales confiando en las otras; sabíamos que llegaría la resaca participativa, y rápidamente sobre la interpretación del post15m hubo voces que lo daban por finiquitado cada día desde el mismo 16 de mayo 2011 por falta de participación, y otras que lo elevaban a un trascendencia de inmortalidad social y viralidad capaz de acabar en unos años con el mismísimo Sistema, no ya español, sino mundial.

Por un espacio temporal, parecía que el 15m abría también una esperanza definitoria sobre el hecho participativo, ya que personas 15m eran las que libremente se identificaban con la expresión popular que tomaba plazas, reivindicando democracia real y participación directa, cuestionando las políticas contra-personas, reclamando y ejercitando transparencia, igualdad, justicia, no sólo en lo propio sino para más allá de las fronteras de lo local, de lo nacional, de lo continental.
El ejercicio activo o simpático, en una nueva forma de vivir la política, sin duda nos transformó a muchos y muchas; y hoy con distancia, entiendo que fue porque los procesos se vivieron con felicidad y era el mismo proceso el que transformaba y generaba nuevos espacios ilusionados de palabra, confluencia, acción y emoción.

-Tomar la Calle-, fue la primera llamada concreta; aunque fuese interpretada y llevada a cabo en acampadas, en asamblea de plazas, en marchas, en concentraciones y manifestaciones, viralizando las redes sociales, desbordando lo virtual, generando foros, ateneos, medios, proyectos, colectivos, conciencias… metáfora que invitaba a buscarnos y hacernos presentes, frente a la dispersión y la subordinación a los poderes institucionales (estado, gobierno, partidos, políticos, etc.) y fácticos (económico, mediático, religioso, ideológico, etc.)
Pasados los primeros días y semanas, donde las acciones seguían pautas fractales y un ejercicio incontrolable de netocracia, se empezaron a sentir los “peros” de la ortodoxia que se genera entre las personas participantes y menos participantes, que deseaban que fuese su modo de hacer y pensar, la medida del todo, y por ende de todos.
La propia definición del 15m evitó caer en ortodoxias o controles, y tuvieron que migrar o desistir, quienes lo pretendían, menospreciando el resto.

Recupero esto, porque el cambio de conciencia o la toma de ella, son procesos individuales, la conciencia no puede ser común, aunque luego se ponga en común. Y así mismo, lo es la participación, cada persona debe aportar según su criterio, y a eso se le llama participar.

Si queremos la re-evolución deberemos asumir que los que la quieran, sean la mayoría, preferiblemente todos; porque sin esa mayoría concienciada realizar revoluciones en el siglo XXI en modo pacífico será imposible, y evolucionar sin pacifismo es una involución directa.
Pero una cosa es pretender la mayoría, y otra que la participación de la mayoría sea equivalente a todas.

Es más, en mi opinión, el grado de participación no es la clave r-evolucionaria, sino que la clave descansa en el grado de coherencia que la participación conlleve.

Y posiblemente, la coherencia (su falta) es el verdadero freno de cualquier cambio real socio-político del Sistema.

La participación-activista puede ser testimonial, virtual, física, comprometida en tiempo y acciones o simplemente conceptual, pero la "coherencia" debiera ser como mínimo mayor según pasase el tiempo.
Es en la evolución de nuestra coherencia personal, donde debemos ver el tipo de activistas que somos y no tanto en la participación.

Así es más importante consolidar una mayoría social cada día más coherente personalmente en la lucha contra el sistema, que definir un grado de participación en el activismo contra el mismo.

Hay activistas que con grado de participación constante y alto, muy alto, demuestran una coherencia re-evolucionaria mínima, y lo peor, que según pasa el tiempo empeora, pudiendo llegar a lo reaccionario en algunos aspectos.

Hay por el contrario personas, que por el momento emocional o vital que cruzan, participan poco en el campo de lo visible al activismo, pero que mantienen una coherencia con lo que piensan cada vez más destacada y fructífera, en su entorno y en su día a día.

Podría poner ejemplos de uno y lo otro, pero asumo que es fácil imaginarlo y visualizar a lo que me refiero.
#Seguimos

Jesús Vega
@persona15m